Siempre sentí una profunda admiración
hacia los gatos. En especial hacia los gatos negros...
Siempre pensé que tras esos ojos
rasgados de colores intensos se escondían antiguos y poderosos
secretos místicos, y que tras esos pasos silenciosos y camuflados,
al perderse tras las sombras, tomaban formas extravagantes y
fantásticas, mostrando su verdadera imagen.
Siempre he tenido mucha imaginación.
De la cual doy las gracias, ya que mi vida, sin ella, no
resultaría tan interesante. Pero, volviendo al tema de los gatos; de
todos los gatos que han pasado por mi vida (y es un buen numero) en
especial hablaré de mi gata Pitusa, también llamada: gorda (aunque
de gorda no tiene nada), negra, culo de mono, cosita, cucusita,
pantera, reina mora, Baguira, gata de bruja... en fin y un montón de
otros motes (he de reconocer que bastante cursis) a los cuales mi
gata responde encantada (bueno, excepto el de “culo de mono” que
le suele dar rabia).
La relación que hay entre mi gata y yo
es muy especial. Convive conmigo desde que a penas tenía semanas de
vida y por aquel entonces mi pobre gata peleaba entre la vida y la
muerte por culpa de malas experiencias con otros seres humanos.


Yo no me separaba de ella ni un solo
instante, ya que debido a lo enfermita que estaba tenía que
vigilarla constantemente por si le daba un ataque o bien porque tenía
que administrarle la medicación o darle un biberón... recuerdo que
mi media de sueño por aquella época era de entre 3 y 4 horas (me
sentía como una madre joven con un bebé que lloraba constantemente
por la noche). Por la mañana, también pasábamos el día juntas, ya
que al principio mi madre no quería que se quedara en casa y solo me
dejaba tenerla mientras se recuperara y con la condición de no
dejarla en casa si yo no estaba. Así que transportín para arriba
transportín para abajo. Cada día me la llevaba conmigo en tren y
metro hasta Poble nou (donde trabajaba entonces) y cada hora o hora y
media me escabullía del trabajo para ir al almacén y poder echarle
un ojo o darle el biberón.

Después de correr varias veces a
urgencias veterinarias (donde por cierto no me daban esperanzas.
Según ellos mi gatita no aguantaría viva más de un mes como
mucho... actualmente tiene ya sus 5 años).
Después de superar las enfermedades,
mi gatita, aunque estaba viva, era una gata que le costaba reaccionar
con las cosas que sucedían alrededor... ella crecía pero no sabía
maullar, ni arañar, le costaba detectar desde donde la llamaban etc.
Así que me puse a investigar el comportamiento felino, aunque ya
tenía bastante experiencia con gatos y una ya es veterana gata vieja
(como dice mi madre) me fue muy útil ver vídeos sobre conductas
felinas... como juegan entre ellos, como y cuando maúllan, como se
marcan... y me puse manos a la obra.
Como si de su madre gata se tratara me
puse a enseñarle a mi gatita a jugar, a sacar las uñas (incluso a
arañar)... el tema de maullar era más difícil pero mi gatita tubo
mejores maestros en casa que yo. El primero (y por extraño que
parezca) fue mi Gorrino (Richar para los amigos) que es mi perro
buenazo. De él mi gata aprendió a gruñir, hoy en día no puedo
evitar ponerme a reír cada vez que la oigo, es bastante curioso ver
a tu gata negra como el ébano, de tamaño reducido (ya que sus
enfermedades de pequeña le afectaron al crecimiento y su pata
derecha delantera está medio torcida) gruñir a la puerta enseñando
sus colmillitos blancos cada vez que escucha que alguien saca las
llaves para abrir la puerta.
Con él aprendió a gruñir y con mi
otra gata (Agatha) aprendió a maullar y a lavarse.
Desde entonces, mi gata y yo
prácticamente no nos separamos. Hay ciertamente una relación
mágica, de esas relaciones que pocas veces tenemos con un animal...
cuando estoy en casa, mi negra me sigue a todas partes (y todas
partes es todas partes) ya sea a la cocina, al baño, a la terraza,
al comedor... sea donde sea... muchas veces incluso la llevo como si
fuera un loro sobre mi hombro porque trepa sobre mi espalda para
estar cerca de mi.
Otra característica muy curiosa de mi
gata (y que de nuevo la asemeja más a un perro que a un gato) es que
si silbo, en cuestión de segundo viene corriendo hacia mi... y ya no
hablemos de las largas conversaciones que mantenemos, que a cada
pregunta que le haga, ella con sus bonitos ojos amarillos bien
abiertos me contesta con alguno de sus extraños “miaus” que a
veces parecen rebuznos o gruñidos.
Ahora mismo, puedo sentir su
respiración tranquila sobre mi pierna, lleva más de dos horas ahí
sin moverse, simplemente mirando lo que hago en el portátil o
pegando alguna que otra cabezadita (como ahora).
Todo esto he querido compartirlo porque
me siento feliz de tener un animal que me ama tanto como lo hace ella... no
puedo expresar con palabras la felicidad que siento cuando llego a
casa y ella ya está esperando en el recibidor (seguramente mucho
antes incluso de coger el ascensor). No me deja sola jamás, siempre
está conmigo y ella siente como me siento, ya que si estoy feliz
ella se muestra alegre y juguetona, en cambio si estoy triste o
enfadada ella viene siempre con la cabecita gacha y me da lametones
en la mano o se acurruca cerca de mi.
Ella es la que me a enseñado algo muy,
muy importante... algo del cual ya había oído hablar pero jamás lo
había experimentado de una forma tan clara y transparente, ella me a
enseñado lo que significa: Amar sin esperar nada a cambio.
Ella me a enseñado la felicidad que se siente al amar algo sin
límites y ser correspondida de la misma forma.